31/5/10

Oda a lo ridículo

Charles Ludlam vivió solo cuarenta y cuatro años (1943-1987), pero en su intensa carrera como autor de más de veinte títulos, director y actor dejó una marca indeleble en el teatro alternativo de Nueva York, y en legiones de fans que hasta hoy le elevan a estado de culto.

Una de las grandes contribuciones de Ludlam fue enunciar, sin pedir permiso, ni perdón, los parámetros de un teatro del ridículo. (De hecho su compañía en Nueva York llevo por nombre The Ridiculous Theater.)

Sus disparatadas tramas y parodias llegaron a crear un gran revuelo en un Nueva York, el de los años 60 y 70, que creía haberlo visto todo. Entre sus muchos seguidores estaba Stefan Brecht, sí, el hijo del mismísimo Bertold, que con esta cita describió magníficamente las implicaciones radicalmente políticas de este teatro:

“El teatro del ridículo nos deja con una imagen de la vida social en sus aspectos mas básicos y crudos: las relaciones entre los sexos, la vida política o la organización del poder y el estado. Este teatro presenta todo ello como juegos de rol. Y después de mostrarnos la arbitrariedad en la que caemos al representar estos roles, nos demuestra que la representación de cualquier papel es perversa y ridícula. La sátira social radical del teatro del ridículo roza el anarquismo, y tal vez el nihilismo también.”

Algunos, al hablar del teatro del ridículo, separan el ridículo convencional, algo que hacemos todos de forma involuntaria, de la “ridiculidad” o la maravillosa capacidad de usar el ridículo como cañón de infantería. Para mí, este era el tono perfecto para orquestar una gran mofa contra la demagogia, uno de los grandes temas de nuestro tiempo; una cuestión tan patente y manifiesta en nuestras vidas que ha perdido totalmente la capacidad de consternarnos.

Una de las “ridiculistas” favoritas de Charles Ludlam era Judith Anderson, conocida en España como la terrorífica Señora Danvers en la película de Alfred Hitchcook, Rebeca. Judith Anderson representó también, con enorme éxito, a Medea. Por su desatado papel ganó un Emmy y un Tony en 1959.

(Si quieres ver, un brutal ejemplo de lo que los ingleses llaman “good/bad acting”, por favor, no te pierdas estos fragmentos de la obra disponibles en youtube.)


A los actores les encanta hablar de “defender su papel” y, para mí, el teatro del ridículo es el reto más radical que un actor puede afrontar, ya que ante este tipo de material, no valen las medias tintas, ni hay posibilidad de mirar atrás una vez que te has adentrado en ese bosque.

Son grandes y valientes divas, como Charles Ludlam o Judith Anderson, capaces de tirarse a una piscina llena de pirañas por dárselo todo a su texto y a su público que me han inspirado a escribir “Medea Vindicada”. Mi intención no era solo releer Medea, e intentar entender mejor las grandes implicaciones del inquietante texto de Eurípides, y la insuperable capacidad de demagogia de su trágica heroína. Sobre todo, lo que quería y espero haber conseguido de la mano de Débora Izaguirre, es mandar una carta de amor a esas actrices que como Débora no tienen miedo a nada.

Emilio Williams

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